"In memoriam" Un homenaje al legado de los magistrados de la Corte Constitucional

425 Un homenaje al legado de los magistrados de la Corte Constitucional CONTENIDO conocí en una clase de francés; yo tenía 20 años y quería ser ilustradora, posiblemente por inseguridad. Juanca me veía pintar y me dijo un día: “Vos sos pintora”, y le creí, seguramente era el empujón que necesitaba. A un problema le encontraba la solución. A mí me parecía magia. Cuando nos conocimos, en París, yo había dejado por enésima vez la llave dentro de la chambre de bonne donde vivía. Lo llamé y se vino a ver qué hacer. Miró el cielo raso y dijo: “Debe haber una salida al techo”. La encontró, se metió por ahí (yo no), salió al techo en un edificio de siete pisos, entró por la ventana abierta y me abrió. Eso fue algo perfectamente inconsciente, y todavía no sé cómo lo hizo, ni me lo creo del todo, pero sucedió. En ese momento me dijo: “Veníte a vivir conmigo y no tenemos nada si no querés”. Era vanidoso, le gustaba la ropa de marca, a pesar mío, pero se ponía feliz con las corbatas que yo le compraba en el mercado de pulgas y los chalecos que le hacía mi hermana. Le encantaban los regalos, la gente, los espectáculos, los museos, se gozaba mucho el arte. Me acuerdo una vez que paramos en Nueva York solo una noche y vimos una retrospectiva de De Kooning. Estaba tan absolutamente fasci- nado (yo también) que me preguntó: “¿Y vos por qué no pintás así?” Siempre me apoyó en la pintura, me hacía comentarios que termina- ron siendo muy pertinentes porque me conocía como nadie. Se emo- cionaba cuando vendía y no le importaba cuando no; difícil encontrar un mejor mecenas. ¡ Ponéte a Piero!”. Esa frase en medio de una rumba era una burla a su costado ingenuo y romántico. Le gustaban Bach, Schubert y Mozart, por ejemplo, pero Piero era su ídolo, y en salsa, Palmieri, y sobre todo la canción “Si Echo Palante”, con la que se sentía muy identificado en la época en que lo atacaron tantas veces en el Externado. Juanca no era un ángel, pero no era rencoroso, y yo procuraba recordarle, a pesar suyo, quién no lo quería. Esa época la sufrió bastante y odiaba que su- girieran siquiera que su cáncer pudiera ser producto de esos ataques. Yo no sabía bailar. Me moría de ganas pero me daba vergüenza. Me enseñó y me lo tomé en serio. Su cumpleaños, el 6 de diciembre, se volvió fiesta nacional donde quiera que estuviéramos: París, Bogotá o

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