"In memoriam" Un homenaje al legado de los magistrados de la Corte Constitucional

424 ‘In memoriam’ Juan Carlos Henao Pérez CONTENIDO Alguna vez lo llamó Vargas Lleras a pedirle consejo sobre qué hacer con un grupo de gente; no me acuerdo qué era, pero era urgente. Él estaba encartado y no sabía qué hacer con ellos. Juanca, muerto de risa, solo le contestó: “¡Llévatelos pa tu casa!”. En otra ocasión, él estaba cuadrando una cita con Juan Manuel San- tos, que no podía estar porque se iba para Cali: “¿Se va para Cali, señor presidente? Ay, ¿me trae un pan de bono?”. Cuando lo conocí tenía un cuaderno de dichos y apuntaba los sueños en hojas sueltas. Lo guiaban la curiosidad y la capacidad de asombro. Después quiso ahondar en la historia de las religiones. Se fascinó con Lilith, Edgar Morin y la incertidumbre. Juanca era un gocetas. Amaba la vida como nadie. Alguna vez lo ha- blamos: habría querido vivir al menos 200 años, así fuera alargado en modo robot. Lo habría escogido si hubiera podido. Eso, a pesar de haber firmado la muerte digna, que ya no me acuerdo ni qué dice, y capaz que es contradictorio con la idea de querer vivir 200 años. Dulcero, fumador y bebedor mientras pudo. Le encantaban la pizza, la lasaña, el manjar blanco, la malteada, el pan de bono, y viajar hasta el cansancio, a China o a Anapoima, adonde fuera. Lo relaciono con la abundancia y la exageración. Decía que yo era minimalista cuando cogía un plato o una maleta pequeña, decía que parecía que me gustaba incomodarme, y algo de razón tenía. Para vuelos largos, él llegaba al avión, se quitaba los zapatos, se tomaba su vino y el mío, y luego se ponía el antifaz para dormir. Desde el principio nos unió la aventura, viajábamos sin plata y sin planes previos. Así fue como terminamos durmiendo en esteras en la casa de una familia jordana en Irbid, o jugando voleibol (él, yo no) con un grupo de niñas una noche en Estambul, o la vez que pasamos al lado de las ruinas de Palmira en Siria y solo nos enteramos de su existencia cuando ya era demasiado tarde. Era hasta ingenuo de lo optimista y, como en los dibujos animados, casi siempre llegaba al otro lado del abismo sin que hubiera un puente. Lo

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