Graves_violaciones a los Derechos Humanos

VI PRESENTACIÓN 1. La historia, ese registro de los acontecimientos de los pueblos, ha estado marcada a lo largo de nuestra vida republicana por una sucesión de hechos violentos que no pueden mirarse aisladamente. Es preciso ligar —en el transcurso de estos más de dos siglos— unos sucesos con otros. Un doloroso trasegar de enfrentamientos fratricidas que comienza con la lucha entre los bandos centralista y federalista en la primera república. La guerra civil (1812-1815) arranca con los encuentros militares de Paloblanco, cerca de San Gil, y Ventaquemada en 1812. Casi medio centenar de contiendas bélicas que siembran de odio esta época. En medio de la agitación de esas dos tendencias políticas, Bolívar expide el terrible decreto de guerra a muerte en Trujillo (15 de junio de 1813) —que ocasiona más de 60.000 víctimas— y Pablo Morillo, en el funesto régimen del terror , sacrifica a la mayor parte de los fundadores de esa malograda primera República (1815-1816), que sucumbe en la infortunada jornada de Cuchilla del Tambo (29 de junio de 1816). Pasada la campaña libertadora en territorio neogranadino, que no es una guerra internacional sino una guerra civil como precisó monseñor Carrasquilla, surge la nueva República. Una vida independiente, desde un comienzo, inestable no solo porque las guerras con España no han concluido, sino porque se dan múltiples conflictos civiles con episodios sangrientos como el fusilamiento de 38 oficiales realistas prisioneros, entre ellos Barreiro, en la capital —que «mancha» el triunfo de Boyacá con «un acto de crueldad inútil»—; la insurrección de los pastusos leales a la corona, acaudillados por el valiente Agualongo; la guerra con el Perú; la conspiración septembrina; la insurrección de Córdoba y el asesinato del mariscal de Ayacucho en Berruecos que desembocan en la disolución de la «Gran Colombia» en 1830, movida por las rebeliones de los generales Páez y Flórez. El fracaso de esa efímera «unidad», que busca Bolívar (¿inspirado en Miranda? o ¿una añoranza colectiva de la sólida y tranquila unidad perdida con la emancipación?), enlaza con la dictadura del general Rafael Urdaneta (1830-1831) y el restablecimiento de la legitimidad —en el convenio de paz de las Juntas de Apulo (28 de abril de 1831)—. Las luchas internas y los odios partidistas nos llevan a sucesivas guerras civiles. En la tercera de ellas, guerra de los «Conventos» o de los «Supremos » (1839-1841) —una de las más violentas— durante el gobierno de José Ignacio de Márquez, Bogotá casi cae en manos de los rebeldes encabezados por Obando. Al poco tiempo es la tumultuosa elección de José Hilario López, el 7 de marzo de 1849, mandato durante el cual se gesta la revolución económica del «medio siglo» que provoca el enfrentamiento entre la burguesía y los artesanos y desata la cuarta guerra civil (1851) declarada por don Julio Arboleda, en la que el poder central derrota a la improvisada sublevación. Ligada a esta agitación política, la quinta guerra civil (1854) enfrenta a «gólgotas» ( radicales ) y «draconianos» ( sociedades democráticas ) —en el gobierno de José María Obando, caudillo de la revolución de 1840- y precipita el golpe de Estado de José María Melo, apoyado por los artesanos, el 17 de abril de ese año. Los conservadores, con la ayuda de los liberales radicales o «gólgotas», a los siete meses, destituyen al usurpador del mando ( rebelión antimelista ). La República vuelve a estar devorada por la revolución. La sexta guerra civil (1859-1862) es una lucha bipartidista en la que el general Tomás Cipriano de Mosquera —con «nostalgia de mando»— se erige dictador al vencer al gobierno de Ospina Rodríguez, luego de la toma de Bogotá el 18 de julio de 1861, en la batalla de Usaquén. En esos turbulentos años es asesinado

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