Libro

Al culpado que cayere debajo de tu ju– risdicción considérale hombre miserable. sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraría, muéstrate piadoso y clemente; porque aunque los atributos de Dios to– dos son iguales. más resplandece y cam– pea a nuestro ver el de la misericordia que el de la íusticía. Y cuando haya de colocarme en último término mi Toga, tal vez haré el mis– mo reparo que Sancho. Díjole el Duque cuando se aproximaba el comienzo de su mandato: .. . Y advertid que mañana en ese mismo dla habéis de ir al gobierno de la ínsula, y esta tarde os acomodarán el traje conveniente que habéis de llevar y de todas las cosas necesarias a vuestra partida. Vístanme -dijo Sancho- como quisieren; que de cualquier manera que vaya vesti– do seré Sancho Panza. Así es verdad -dijo el Duque- pero los trajes se han de acomodar con el oficio o dignidad que se profesa, que no seria bien que un jurisperito se vistiese como soldado. ni un soldado como un sacer– dote. Vos, Sancho, iréis vestido parte de letrado y parte de capitán, porque en la lnsula que os doy tanto son menester las armas como las letras, y las letras como las armas. Como último ingrediente, introduciré las siguientes palabras del Poeta Ciego, colo– cadas como prólogo a sus obras completas; Borges, como un nuevo Homero, habló en la siguiente forma de la compasión yel amor al prójimo, recordando la unidad sustancial de todo lo que existe: que en últimas. so– mos gotas de un mismo océano y que no hay daño ni beneficio que se le haga a otro que no se vuelva, en sus efectos, a favor o en contra de nosotros mismos: usurpado yo, previamente. Nuestras na– das poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios y yo su redactor. Esa misma identidad consustancial entre los seres humanos la glosó Borges en su cuen– to "Los Teólogos·•. donde narra las vidas de Aureliano y Juan De Panonia, perínclitos profesores y teólogos medievales; de sus agudas, ilustradas pero también feroces controversias; que condujeron a que, no sin la complicidad del primero, muriese el segundo en la hoguera . Años después. sin que su conciencia lo dejase en paz, falleció también Aureliano, quemado por un rayo en una esencial similitud a como había fa– llecido su contradictor permanente. Cedo paso al maestro: El final de la historia sólo es referible en metáforas, ya que pasa en el reino de los cielos, donde no hay tiempo. Tal vez cabría decir que Aureliano conversó con Dios y que este se interesa tan poco en diferencias religiosas que lo tomó por Juan de Panonia. Ello, sin embargo, insinuaría una confusión de la mente divina. Más correcto es decir que en el paraíso, Aureliano supo que para la in– sondable divinidad, él y Juan de Panonia {el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la victima) formaban una sola persona. Bastante bien pagado me siento si puedo f inalizar esta breve exposición resaltando que mi mayor pretensión consistiría en que, inspirados, glosando al Maestro Bor– ges, la próxima vez que nos sentemos, con nuestra toga ya dotada de alma. recorde– mos que para la mente divina somos uno mismo con el acusado o simplemente con las partes que se sientan enfrente de no- diferentes a quienes reciben de nosotros la justicia. Y que más que una prenda con la cual la sociedad nos exalta y nos distingue de las partes en litigio, la toga la constitu– yen los pliegues paternales con los cuales taparnos nuestras miserias para resaltar las mejores condiciones que nos acompañan, y entre ellas la decisión inconmovible de ser justos e imparciales. Y ocultamos las ajenas en búsqueda de la reconciliación y la paz de los conciudadanos; pues algún día, cuando se quiera aclimatar la paz en un País que ha sabido vivir (y como un milagro, también supeNivir) a los embates de la guerra entre hermanos, será debajo del manto limpio, legítimo, auspiciador y fraternal de la Rama Judicial del Poder Público, donde por fin se concierte la concordia, que por fin traerá el progreso y el desarrollo a que estamos llamados los Colombianos por obra de la pujanza de nuestra raza y el potosí de re– cursos naturales que Dios quiso regalarnos. Así, cuando cerremos nuestro ciclo vital. nos recordarán nuestros nietos como pro– nosticó Don Quijote a Sancho, si seguía sus consejos: Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus dlas. tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, tltulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes. y en los últimos pasos de la vida te alcanzará et de la muerte, en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho son los documentos que han de adornar tu alma... Si así hiciéramos, al final de nuestros días sotros. Que cuando juzgamos. juzgamos a y con los ojos del corazón, todo el que nos A quien leyere. Si las páginas de este li- los demás por los hechos de una sociedad bro consienten algún verso fel iz. perdó- que hemos ayudado a construir (o a des- neme el lector la descortesía de haberlo truir). Que en esencia, no somos ni más ni haya conocido sentirá que nos dirigimos a nuestro creador, envueltos en los pliegues sublimes de una toga con alma. (l} Ma110 20091 Revista Judicial l 33

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