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• AMA TU PROFESIÓN, trata de conside– rar la abogacía de tal manera que el día en que tu hijo te pida consejo sobre su destino consideres un honor para ti pro– ponerle que se haga abogado. En segundo término, introduzco los con– sejos cuatricentenarios que ofreció don Quijote a Sancho, cuando el Duque, por gracia de don Quijote, iba a investirlo de la Dignidad de Gobernador de la "lnsula Barata ria". Estos consejos para el buen juez, como ve– remos, hablaban más a la conciencia moral que al saber ilustrado, pues ya desde anti– guo se sabía que más le vale a quien hace justicia el valor moral que el saber. Como lúcidamente lo expresó el Profesor Alejandro Nieto en su "Diálogo Epistolar sobre leyes, abogados y jueces" con el Profesor Tomás Ramón Fernández, "La verdadera cuestión no es el concepto del Derecho ni la deter– minación de sus fuentes ni su interpretación. Todo esto no son más que epifenómenos de lo esencial. Lo esencial es la actitud personal que adopta el jurista ante el Derecho. No se trata por tanto de una actitud intelectual, sino vital. No es una teoría, sino una praxis; una convicción, no una razón''. Habló así el caballero don Quijote: -Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios; porque en el temerle está la sabi– duría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner los ojos en quién eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimien- 32 j Revista Judicial I Mano 2009 to que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey; que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra. -Asl es la verdad -respondió Sancho-; pero fue cuando muchacho; pero des– pués algo hombrecillo, gansos fueron los que guardé, que no puercos. Pero esto paréceme a mí que no hace al caso; que no todos los que gobiernan vienen de casta de reyes. -Así es verdad -replicó don Quijote-; por lo cual los no de principios nobles deben acompañar la gravedad del cargo que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre de la murmuración maliciosa, de quien no hay estado que se escape. Haz gala, Sancho. de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vie– nes de labradores; porque viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria, y de esta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansarán. Mira, Sancho: si tomas por medio a la vir– tud, y te precias de hacer hechos virtuo– sos, no hay para qué tener envidia a los que nacieron príncipes y señores; porque la sangre se hereda, y la virtud se aquista, y la virtud vale por si sola lo que la sangre no vale. Siendo esto as!, como lo es, que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes, no le deseches ni le afrentes; antes le has de acoger, agasajar y regalar; que con esto satisfarás al Cielo, que gusta que nadie se despre– cie de lo que él hizo, y corresponderás a lo que debes a la Naturaleza bien con– certada. Si trajeres a tu mujer contigo -porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias-, enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza; porque todo lo que sue- le adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta. Si acaso enviudares -cosa que puede suceder-, y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal, que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del no quiero de tu capilla; porque en verdad te digo que de todo aquello que la mujer del juez recibiere ha de dar cuenta el ma– rido en la residencia universal, donde pa– gará con el cuatro tanto en la muerte las partidas de que no hubiere hecho cargo en la vida. Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los igno– rantes que presumen de agudos. Hallen en ti más compasión, las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre. Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso que la del com– pasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia. no sea con el pos de la dádiva, sino con el de la misericordia. Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de injuria y ponlas en la verdad del caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena; que los yerros que en ella hicieres, las más veces serán sin remedio; y si le tuvieren, será a costa de tu crédito y aun de tu hacienda. Si alguna mujer hermosa viniere a pedir– te justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oldos de sus gemidos, y considera despacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros. Al que has de castigar con obras no tra– tes mal con palabras, pues basta al des– dichado la pena del suplicio sin la añadi– dura de las malas razones.

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