Libro
,, Si observamos este fenómeno a la luz de nuestra realidad sociocultural, sin duda su impacto en la sociedad es el mismo que tienen las desapariciones forzadas, los secuestros de todo tipo, las masacres, los magnicidios, es decir, ya eso no nos impresiona, ya la vida no vale absolutamente nada. -- vida, sino también su incidencia negativa a nivel personal. El derecho a la vida en su dimensión hu– mana se encuentra indisolublemente uni– do a la dignidad de la persona, pues es inconcebible una dignidad humana sin la plena existencia física, por lo que esta tie– ne el carácter de la inviolabilidad (artículo 11 Constitución Política). Es menester una cultura de la legalidad que debe enraizarse en un profundo ethos personal y social. Las leyes deben respe– tarse no solo por su valor formal o por las sanciones que conllevan su inobservancia (si así sucediera, entraríamos en el puro le– galismo), sino también, y, sobre todo, por su valor y significado intrínseco, por su ca– pacidad de representar los ideales y fines de la colectividad, que no puede ser otro que el desarrollo integral de la persona (le– gitimidad material). Ahora bien, es verdad que la libertad, en cuanto estructura de la persona, es ilimita– da: el hombre es libre de aceptar o aniqui– lar la vida. No cabría hablar de libertad si se negara a la persona la posible elección de lo opuesto. Empero, dentro de esa li– bertad nacen unas libertades limitadas en el orden operativo, que brotan del centro de la personalidad, "no todo lo que pue– de hacerse, se debe hacer". Zubiri nos dirá que la libertad es una libertad "encarna– da" (El hombre, realidad personal, Rev. Occidente 1, 1962, 21). 52 I Revi~ta Judicial Junio 2011 Puede hacerse -ser-. Si el hombre es con– ceptuado como un objeto de laboratorio (una máquina de relojería), cuyo desguace está al servicio de parciales intereses, aje– nos a su propia dignidad. En esta dinámica todo es posible (si Dios no existe todo es posible, dijo Dostojevski). No debe hacerse -deber ser-. (A beneficio personal y ajeno). si consideramos que el hombre es el fin de la creación. y entonces no es posible atribuir a la naturaleza, si de verdad querernos respetarla, nuestros par– ticulares intereses, valorados, "éticamen– te" bajo el prisma de la mera subjetividad. El papa Pablo VI enseñó que "todo hom– bre está llamado a desarrollarse, porque cada vida es una vocación" (populorum progressio, no. 15). lo que significa para él obediencia a la naturaleza. pues la per– sonalidad no nace, se hace. O en boca de Cicerón: "razón suprema escondida pero real en la naturaleza" (De leg. 1.6) o ley moral objetiva donde se revela un orden ob¡etivo (supraindividual) de valores intrín– secos a la persona humana, que vincula en conciencia al hombre (a todo hombre) en su actuación libre y responsable. Este orden de valores, en virtud de su con– notación personalista se impone por sí solo y frente a todos: por lo que no puede ser manipulado por ninguna intervención (poder) humano, en cuanto es anterior y superior a dicho poder. En ese orden de ideas, ¿cabe esta autode– terminación en el titular de este derecho, cuando se encuentra psíquicamente inca– pacitado de realizar una valoración de su decisión? ¿Se puede dictaminar la volun– tad del enfermo en esa fase aguda? (para los casos de justificaoón de la eutanasia). Un principio de nuestra moral es que el fin (aliviar el dolor) no justifica los medios (el cese directo de la vida). Su defensa (del cese a la vida) en mantener a un ser huma– no en tal situación angustiosa, más que un acto de protección es un acto de tortura. Si observamos este fenómeno a la luz de nuestra realidad sociocultural, sin duda su impacto en la sociedad es el mismo que tienen las desapariciones forzadas, los se– cuestros de todo tipo, tas masacres, los magnicidios, es decir, ya eso no nos im– presiona, ya la vida no vale absolutamente nada, o lo que es peor, nuestra cotidiani– dad registra esos actos sin que constriñan a los causantes de los mismos e incluso a la sociedad misma, que mira con desdén esos sucesos. Estas venas abiertas de nuestra sooedad son sin duda el caldo de cultivo para enrai– zar en ella la cultura de la vida, del respeto y aceptación de la ley, de la democracia, de sus instituciones, no solo con proyec– tos centrales sino también con programas desde todas las instituciones de manera transversalizada y coordinada. !).
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