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o 52 SEfílMO~NCUfNmll Dí GÉN[AO Ol lAS AUAS CUlif'OHA IONES or JUSTILIADECOLOMBIA inlersexuales. El caso, además de tener un resultado alta– mente polémico, por los problemas que Brenda, el nombre que asumió David, tuvo que enfrentar a lo largo de su vida. Posteriormente, Brenda se enteró de lo ocurrido y decidió transformar su cuerpo para devolver el proceso. Aunque siempre se dijo que todo había salido bien, luego se supo que no fue así. Sobre este asunto volveré más adelante. Con base en las reflexiones del filósofo francés Mi– chel Foucault sobre la sexualidad y su relación con el poder, varias de las personas dedicadas a la filosofía feminista, entre las que cabe destacar a La filósofa esta- dounidense Judíth Butler, cuestionaron aún más radical– mente la noción de género. Foucault, famoso entre la comunidad jurídica por sus estudios críticos acerca del poder carcelario y disciplinario, permitió a las personas dedicadas a los estudios de género hacer la genealogía de éstos conceptos. Esto es, ver en qué condiciones de poder fueron creados y con qué propósito son usados. Partiendo de la distancia que existe entre los conceptos sexo y género, el uno fun– damentalmente biológico y el otro social y cultural, Butler señala que las palabras que describen el género son ' performativas'. Es decir, son conceptos que antes de hablar de una realidad que existe en el mundo., sirven para construir esa realidad y ese rol social que se quiere asignar. No es mediante la palabra m11jer o hombre que a cada persona se le muestra que es lo que hay en su interior, es a partir del uso de éstas que se construye, en gran medida, lo que es cada persona. Mediante comentarios o juicios sociales; mediante el influjo de los medios masi– vos de comunicación, que suelen jugar el papel de una suerte de máquinas producto– ras de identidades de género, que las personas, sin importar su sexo, consumen y ad– miten, los hombres y las mujeres aprenden a ser, precisamente, hombres y mujeres. Comentarios simples y cotidianos como "los niños no lloran", o el último en llegar es "una niña", que se podrían escuchar frecuentemente en un colegio de jovencitos; o comentarios como "esa no es lamanera de comportarse de una señorita", o esos "no son deportes para niñas", fueron construyendo ciertas identidades de género y fue– ron, a la vez, excluyendo otras. Este proceso de construcción de la identidad propia, con la obvia consecuencia de estar rechazando otras formas de construir el género, es inevitable. No es bueno, ni malo. Es neutro, en principio. El problema surge cuando factores de poder o intereses no legítimos, en el marco de una sociedad democrática, imponen o promueven, consciente o inconscientemente, visiones de identidad de género que conllevan discriminaciones entre las personas, con base en prejuicios. Al hacerlo, limitan las libertades individuales, en especial, en la construcción de un ámbito absolutamente personal, íntimo, pero público hasta donde se quiera y cómo se quiera, a saber: la identidad propia. Quizá los buenos modales lleven a aconsejar a la niña de la foto que no se com– porte de esa manera, porque resulta ofensiva. Pero no parecería razonable considerar que está haciendo algo especialmente grave, debido a que ella es una niña y no un

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