Libro
1 P!\Nfl C: RTF INSlll\JCltlNAl. Entre unas y otras, es decir, entre ambos paradigmas femeninos está el arque– tipo de la mayoría de las mujeres que han transitado por la historia. Mujeres que no alzan la mano para escribir, para dominar un auditorio, para asir un artefacto científico, para pedir la palabra o para señalar un futuro, sino para barrer, cocinar, señalar con un dedo dónde encontrar algo en el hogar, en pocas palabras, cumplir con el ideal machista. Sin tener el respaldo de ninguna investigación demográfica, no es aventurado afirmar que el tercer paradigma de mujer, aquella marginada de lo público y conde– nada a lo doméstico, es la más nwnerosa. La dependencia hacia el hombre, hacia las construcciones excluyentes de su género, hacia las lógicas autoritarias y machistas, son uno de los tantos lim.itantes para que la mujer no asuma una posición coherente con su dignidad. La antítesis serfala mujer libre, como lo fue Emm.a Goldman, quien en su libro "Matrimonio y Amor", afirmó respecto de la mujer: "El seguro de matri– monio la condena a depender del marido de por vida, al parasitismo, a la completa inutilidad tanto desde el punto de vista individual como social". Siguiendo con mujeres que han escrito sobre ellas mismas, Soledad Acosta de Samper, aristócrata bogotana de finales del siglo XIX y fecunda escritora, en la recopi– lación de su "Diario íntimo y Otros Escritos" y quien vivió antes de Emma Goldman, coincide con ella: "Todo lo que hacemos. lo que decimos y aun lo que pensamos es causa de crítica para los demás ¡ Y decimos que hay en el mundo libertad! Adónde está la libertad sí siempre nos hallamos esclavas de la sociedad, sin esperanza de poder huir de ella jan1ás". Estos reclamos, sin duda justificados, sugieren que en función del aprendizaje de lo femenino es necesario sensibilizar a las mismas mujeres sobre la necesidad de abordar el ejercicio de poder como una oportunidad para lograr mayores desarrollos en la equidad de género. Y para ello, me honro de estar en este auditorio, de saber que la feminidad está representada en la Fiscal, en la Contralora, en las Magistradas, en las Jueces, todas ellas contribuyendo al desarrollo y al anhelado equilibrio que su visión otorga a nuestro querido poder judicial. Tal como lo manifiesta Simone de Beauvoir en ''El segundo sexo", libro clási– co de la cuestión femenina para las mujeres de mi generación: "En e-1 siglo XIX, la cuestión del feminismo se convierte nuevamente en una cuestión de partidos; una de las consecuencias de la Revolución Industrial fue la participación de la mujer en el trabajo productor: en ese momento las reivindicaciones feministas se salen del domi– nio teórico, encuentran bases económicas; sus adversarios se vuelven más agresivos; aunque la propiedad de bienes raíces fuera en parte destronada, la burguesía se aferra a la vieja moral, que ve en la solidez de la familia la garantía de la propiedad priva– da, y reclama a la mujer en el hogar tanto más ásperamente cuanto su emancipación se vuelve una verdadera amenaza; en el seno mismo de la clase obrera, los hombres intentaron frenar esa liberación, puesto que las mujeres se les presentaban como pe– ligrosas competidoras, habituadas a trabajar por bajos salarios". Desde mi propia experiencia personal y jurídica, he aprendido a valorar la im– portancia de los símbolos en Ja medida en que encuentro en ellos el resumen de las 161
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