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Derecho Electoral de Latinoamérica 195 Unidos: el gasto electoral tiene rendimientos marginales decrecientes que, en algunos casos, pueden llegar a ser negativos 123 • Asimismo, debe notarse que el tema de la distribución de recursos económicos es dislinlo al del costo de las cmnpañas electorales, con el que frecuente1nenle se le asocia. El alto costo de las catnpañas puede sin duda suponer una itnportante barrera de acceso a la co1npetencia electoral. Sin e1nbargo, es necesario tratar este punto con cautela. No solo ]a cotnún afinnación de que el costo de las campañas electorales es prohibitivo en la región y está aumentando sin cesar es contenciosa desde el punto de vista ctnpírico 124 , sino que no necesaria1nente itnplica un dcsvalor para la detno– cracia. En algunos casos puede silnplemenle denolar elecciones 1nás competitivas, en las que rnás contendientes tienen acceso a recursos económicos suficientes para competir efectivamente. Este punto puede ser decisivo en algunos contextos. La experiencia de México, donde ]a refonna electora] de 1996 favoreció e] acceso de los partidos de oposición a un subsidio estatal excepcionalmente generoso, es un recordatorio de que una distribución 1nás equitativa de los recursos electorales puede tener efectos considerables en la calidad de ]a cotnpetencia democrática, cotno lo ha advertido Giovanni Sartori 125 • La experiencia mexicana sugiere algo rnás: en un contexto en el que los partidos de oposición deben competir con un partido fuerte1nente consolidado en todas las estn1c– turas de poder, la alternabilidad puede depender precisainente de la capacidad de la oposición para gastar mucho dinero. El costo creciente de las elecciones no es, por sí mismo, un signo de patología democrática. La mala distribución de recursos económi– cos entre competidores electorales, en ca1nbio, casi siempre lo es. 4. La desarticulación de los partidos y del sistema de partidos Una democracia funcional requiere un siste1na de partidos estable, no demasiado frag1nentado y caracterizado por diná1nicas centrípetas y no centrífugas. Asiinistno, requiere partidos sólidos, capaces de alilnentar el proceso político continuamente y de ser algo más que 1naquinarias e1eetora1cs. Atnbos requeriJnientos, sobre todo e1 pri1nero, son de particular importancia en los regímenes presidenciales prevalecientes en la región, que rnuestran una propensión importante a experimentar conflictos entre poderes cuando coexisten con sistetnas de partidos alta1nentc fragrncntados 1 ~ 6 • t23 124 125 Sobre los rendimientos marginales decrecientes del gasto electoral, véase Welch (1976), y Jacobson (1985). El ejemplo de Perú en 1990 es muy elocuente en este sentido. En un contexto de aguda crisis nacional y con un sistema de partidos virtualmente colapsado, cada dólar adicional erogado por la campaña de Var<6 as Llosa sirvió para impl,mlar en d electorado la imagen de que su candidato era más de lo mismo, exacl,unenle el mensaje propalado por la campaña "insurgente" de Fujimori. Sobre esta campaña véase Vargas Llosa (2005). Véase Casas Zamora (2005), pp. 11 1-117 y 159-162. Para otros conlextos vé,1se Pintu-Duschinsky (2002), y Ansolabehere et al. (2001 ). Woldenberg et al. (1998); Sartori (1991), p. 260. Ver al respecto el análisis sobre los sistemas de partidos de /\mérica Latina, en l'aync et al. (2006), pp. 165-196.

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