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190 l. Para llegar a tiempo: apuntes sobre la regulación del financiamiento político en América Latina En la base de ese interés hay un hecho ineludible: si bien la democracia no tiene precio, sí tiene un costo de funcionamiento 110 • El uso de recursos económicos es un eletnento imprescindible para la co1npetencia democrática. Más que una patología de la democracia -como frecuenletnenle se le presenta en la discu– sión pública- el financia1niento político es parte de la normalidad y la salud de la vida democrática. Es innegable, sin e1nbargo, que el dinero es capaz de introducir distorsiones importantes en el proceso dernocrático. Su desigual dis– tribución incide, en pritncr lugar, sobre las posibilidades reales disfn1tadas por los partidos y los candidatos para llevar su 1nensaje a los votantes. En segundo lugar, su posesión confiere a los individuos y a los grupos sociales una posibili– dad diferenciada de participar en las elecciones y ejercer su influencia sobre los candidatos y los partidos, a Lravés de sus contribuciones. Esto es de importancia crítica para la de1nocracia. Cuando el poder político si1nple1nente es un espejo del poder económico, el principio de "una persona, un voto" pierde su signifi– cado y la democracia deja de ser, en las palabras de Elmer Schattschneider, un "sisterna de poder alternativo, capaz de cornpensar el poder económico" 11 1 • En tercer lugar, los procesos de recaudación de fondos ofrecen obvias oportunidades para la articulación de interca1nbios entre los donantes privados y los tomadores de decisiones públicas, o, cuando menos, para la continua aparición de conflictos de intereses para estos últimos. Así. pues, si su utilización no es regulada o es 1nal regulada, el dinero puede amenazar la legititnidad de los procesos y las prácticas democráticas, esto es la percepción de los ciudadanos de que las elecciones y los gobiernos democrúlicos reflejan aproxitnada– tnente sus dcrnandas e intereses. La lapidaria frase del político norteatnericano Jcsse "Big Daddy" Unn1h, que alguna vez sentenció que "el dinero es la leche tnatema de la política", cuenta, así, solo una parte de la verdad. Lo cierto es que esa leche tiene elernentos importantes de toxicidad, que es preciso elirninar o, al menos, controlar si no han de destn1ir el organistno de1nocrático. Estas preocupaciones son particulannente pertinentes en América Latina. Es la nuestra una región que presenta asotnbrosas desigualdades en la distribución de recursos eco– nómicos, iniquidades que inevitablemente crean sesgos en los procesos democráticos. Es tainbién una región donde la presencia del critnen organizado -particulannente el narcotráfico- es una realidad indiscutible que 1noviliza tniles de millones de dólares al año y es, por ello, capaz de corro1nper y subvertir las instituciones detnocráticas. Regular el financiatniento político en A1nérica Latina es de vital itnportancia para la preservación de la dc1nocracia. Los sistetnas políticos de la región en general lo han entendido así, como lo sugiere la profusión de esfuerzos regulatorios intentados en las últiinas dos décadas. Por más que sus resultados hayan sido frecuentemente decepcio– nantes, esa proliferación de esfuerL.os es un signo de desarrollo detnocrático: 1nucho más consolidadas que los sistetnas democráticos en otras regiones, las democracias llU 111 Grincr y Zovano (2004), p . 298. Schanschneider (1960), p. 119.

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