Informe final de la Comisión de la Verdad, sobre los hechos del Palacio de Justicia

Informe final de la Comisión de la Verdad sobre los hechos del Palacio de Justicia 462 y corazones, pero no he encontrado ni tus benditas cenizas para darles cristiana sepultura y llevar a tu tumba un ramo de flores. Con sus 26 años, LuzMary conocía de la vida el arduo trabajo cotidiano, el esfuerzo, la abnegación y la nobleza heredados de su madre, cuyas manos pertenecen al trabajo, son hermosas porque cada callo significa sudor y cada gota de sudor dignifica su existencia. Doña Rosalbina, con su tez blanca y sonrosada, no refleja en su rostro las penas que han horadado su corazón de madre, de hija y de esposa. Ella ha enfrentado su vida con la entereza de la humildad, con la energía del hombre sencillo que nada oculta y al que la vida le debe otra vida, porque es injusto que sólo naciera para sufrir y para trabajar sin descanso y sin recompensa. Luz Mary sólo tenía a su madre y su madre sólo la tenía a ella. Eran madre e hija, amiga y confidente; hermanas en las penas y en el pan que compartían con la misma devoción. Luz Mary era simple… casi transparen- te. Nunca llevaba anillos ni joyas porque no le gustaba aparentar; su único adorno era su presencia blanca entre los panes, entre las verduras, entre la loza, en los oficios que desde muy niña desempeñó. Estudió hasta quinto n . Sus anhelos eran ayudar al sostenimiento del hogar; cuidar a sus hermanos menores que la extrañan como a la madre que los crió y que un día cualquiera se fue sin razón y por voluntad ajena. La existencia de Luz Mary está ceñida a la de su madre. Su pena era verla enferma, postrada en su cama. Su alegría más profunda era reempla- zarla en su lucha cotidiana, cuidarla y traerle remedios. Su prueba de amor más ardua fue trastocar las líneas del destino y sustituir a su madre en las labores del Palacio de Justicia. Día a día lloro y me desespero a la vez que me pregunto ¿vives?, ¿dónde? ¿Estás viva aún y sometida a toda clase de suplicios?, ¿estás muerta? Luz Mary, si estás muerta, habrá una justicia divina para las inocentes víctimas de este macabro holocausto, ya que para nosotros los pobres no hay, no existe la justicia humana. Tú no hiciste en tu corta existencia nada distinto a sufrir y cumplir con tus deberes. Si la justicia divina nos asiste, como yo lo creo, no sería justo que por el sólo hecho de ir a trabajar en el templo de la Justicia, hayas tenido que padecer una muerte alevosa y los suplicios de un secuestro interminable, que después de nueve meses de permanentes sobresaltos,

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