Informe final de la Comisión de la Verdad, sobre los hechos del Palacio de Justicia
Jorge Aníbal Gómez Gallego, José Roberto Herrera Vergara, Nilson Pinilla Pinilla 439 Poco tiempo antes de que culminara la oprobiosa tragedia, pude con- versar telefónicamente con Fanny. Estaba tan afectuosa como siempre y con la serenidad del alma pura, que no le teme a Dios, sino que anhela llegar a su presencia. Ricardo Medina Moyano: humanista de espíritu sublime Por: Miguel Sánchez Méndez (q. e. p. d.) Mucha veces se le oyó decir a Ricardo Medina Moyano que lo primero que se debe esperar de un hombre es que esté de acuerdo consigo mismo, y para definirlo a él, nada mejor que decir que fue ente todo un hombre fiel a sí mismo, es decir, un hombre que procuraba lo que pensaba y vivía según lo que predicaba. Austero hasta los límites del ascetismo, anduvo por este mundo con de ironía que, además, caracterizó su profundo sentido del humor a veces punzante pero siempre atinado. Cristiano medular, no fue un creyente ciego, sino el practicante sincero de principios religiosos acendrados en la lectura ya de las Escrituras, ya de la patrística, sin desdeñar la sabiduría que destilan otros textos como el Corán o los Vedas. Modesto, con la modestia altiva de quien por su inteligencia no puede ignorar su propia valía, supo declinar honores sin eludir deberes y tuvo que aceptar galardones tan altos como la Medalla Camilo Torres otorgada por su labor pedagógica, el título de Egresado Eminente de la Universidad del Cauca y el de Jurista Emérito que le confiriera el Colegio de Abogados de Bogotá. Educador integral, dirigió siempre su discurso a transmitir conocimien- tos antes que a exhibir erudición, puliendo, eso sí, la forma a la par que el contenido. Ello le granjeó espontáneamente de los muchos discípulos que surgieron de entre sus alumnos, el título afectuoso de maestro. Amante de la equidad y desde luego de la justicia por encima de la ley, cultivó el derecho más como una virtud que como una ciencia. Generoso en el sentido prístino de la palabra, despreció los valores monetarios ignorando los dudosos placeres de atesorar y de dilapidar que se encuentran en los extremos del afán de lucro, dando de sí calor y afecto sin reticencias, con derroche, y guardando en la arcas de su espíritu lo mejor que puede dar la amistad que tantas gentes le brindaron. Intransigente en el ejercicio cotidiano de la moral, fustigó a los indig- nos, pero entendió y mil veces perdonó las flaquezas de propios y extraños.
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