Informe final de la Comisión de la Verdad, sobre los hechos del Palacio de Justicia

Jorge Aníbal Gómez Gallego, José Roberto Herrera Vergara, Nilson Pinilla Pinilla 437 que la admiración aumente hasta su máxima expresión, porque la vida, esa misma que él perdió, nos dio la oportunidad de ver a nuestro padre como un ser de enorme valor que estuvo sus últimos momentos en su lugar de trabajo, siendo víctima de lo insensato y a la vez preocupado por cada uno de nosotros. Esperando, tal vez, que la justicia, aquella que él promulgó, le permitiera volver a reunirse con su familia, aquella que tanto él amó. De este momento surgen otros sentimientos: la impotencia, la rabia, la deses- peranza, el rencor. Sentimientos que también son certeros. Imposible dejar de experimentarlos dadas las condiciones de lo sucedido, pero que poco a poco tratamos de superar con la fortaleza que recibimos de nuestra madre y con la idea de no dejar desfallecer los ideales a los que cada uno es fiel, tal y como hemos aprendido a lo largo de la vida. El recuerdo es aquel que permanece constante aunque los años pasen. En ocasiones es mayor, cuando al escuchar una palabra, o ver alguna imagen pareciera que cobrara vida. Recuerdo es el que nadie nos podrá quitar, aquel que se intensifica cuando el mes de noviembre se acerca, movilizando los sentimientos, volviéndolos indescriptibles. Recordamos al hombre, al padre, al jurista, al transmisor de valores que perduran latentes en cada uno de noso- tros. Las remembranzas de la infancia nos traen al padre paciente, dispuesto y afectuoso que a pesar de las ocupaciones siempre tuvo un tiempo primordial para jugar, salir a pasear, enseñar a leer, siendo cómplice de las travesuras y espectador de los triunfos, participando en fiestas y reuniones familiares con un indiscutible sentido del humor que creaba contraste con su seriedad, reflejando su sencillez característica, su amistad incondicional que hacía que siempre estuviera rodeado de personas que le demostraban su admiración y afecto…Todos estos recuerdos alegres se atropellan con el recuerdo nefasto de 1985, cuando fuimos presa de la confusión y la impotencia. Podríamos repetir de memoria cada hora de aquellos días de toma, que mientras ocurría en el Palacio, se reflejaba en nuestra casa, que también fue víctima de otras tomas. Una, de lazos de solidaridad creados por un sinnúmero de personas, que llegaban, salían, permanecían, en espera de noticias, buscando apoyar y acompañar y que sin embargo aumentaban la confusión. Otra, de los medios de comunicación: el radio que nunca se apagó y daba noticias de una realidad incomprensible y misteriosa y la televisión con imágenes que al verlas, aún hoy después de tanto tiempo, generan angustia y temor. Hoy nos resulta difícil escribir porque nos hemos acostumbrado a callar, porque el país también calla y olvida. Pero al pasar el tiempo las heridas san- gran, para recordar que las situaciones de hoy jamás podrán desligarse de los

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